26 de junio de 2018

Renacimiento. Ep. 1

Tres cosas quedaban en el clóset de lo que alguna vez fue su hogar: Una polera vieja, desgastada y roñosa, que no se animaba a tirar porque le recordaba a su juventud. Tiempos mejores, pensaba. Antes de conocerla y que todo quedara impregnado con su esencia. Un disfraz que nunca se usó, no porque no se quisiera, sino porque nunca se dio la oportunidad y, para ser honestos, el roleplay era algo que solo se hacia cuando ambos estaban demasiado ebrios. Finalmente, dos cartas. Una de cada uno. Escritas a mano, con letra temblorosa producto de los nervios, el alcohol y lo que sea que haya sido esa pastilla verde. Incoherentes y apresuradas, como tratando de encapsular todo aquello que se sentía en el momento. Nunca se leyeron, ya era demasiado tarde. Siguen ahí, en sus sobres cerrados. Ya amarillos por el paso del tiempo. Aferrándose a la ilusión: Mientras no se abran, mientras no se lean, mientras no se recuerden, la esperanza sigue ahí.

"Sería más fácil quemarlo todo", pensaba. Incluyéndose a si mismo. Pero la verdad es que el miedo (no a la muerte, sino al dolor) es lo que evitaba que destruyera todo en ese mismo instante. siempre fue un cobarde, se decía a si mismo. Incluso cuando la vio salir por esa puerta por última vez. Esa puerta que tantas veces la recibió. Que abrió ella misma, con esas llaves que ahora están quizá donde.

Afuera, su auto, que ahora odiaba porque aún le recordaba esa vez que fueron a Mendoza. Que no había podido manejar por más de 10 minutos a la vez desde que todo se fue al carajo. Pensó en manejar, pero no. Hoy caminaría hasta su nuevo departamento y haría lo que hacía casi todas las noches: Despertar en la mitad de la noche, vestirse, rolar un cigarro y servir ese whisky barato que a ella tanto le gustaba. Total, el estacionamiento aún era "legalmente" suyo.

Pero lo más terrible, lo que de verdad le quitaba el sueño (mas allá de la falta de lo que sea que ella había entregado) era la culpa. Nunca le gustaron las dudas (es mas fácil pedir perdón que permiso, siempre decía, era su excusa). Siempre hizo lo que pensó era lo mejor y, por primera vez en mucho tiempo, se equivocó. Hizo una apuesta que no pudo cubrir y eso le costó todo.

Eso pensaba él, mientras cerraba por fuera esa casa que por un tiempo consideró su hogar y donde ahora no había nada más que un letrero de "Se vende".

Pero es fácil juzgar cuando no se conoce la historia. No es tan compleja, se las cuento ahora...

No hay comentarios.: