10 de marzo de 2008

vecinos. Cap 1

El sonido de tu piano me despierta temprano en la mañana. De entre el desorden de mi habitación selecciono unos pantalones relativamente limpios y la única camisa que todavía no apesta. Enciendo mi primer cigarro del día mientras ejecutas virtuosamente algunos movimientos de algún compositor que no logro identificar. Tu música me droga, altera mi realidad. Suelo encontrarme a mi mismo sentado en el sillón, con los ojos cerrados y con una colilla apagada entre mis dedos, tan solo con tu música como compañía.


Las melodiosas notas se interrumpen violentamente al comenzar los gritos de tu pareja. Poco después, las ya tan comunes peleas, la quebrazón de platos, los gritos de dolor y, finalmente, un portazo y tu llanto ahogado junto a la ventana. Las cosas siempre han sido así…

Recuerdo cuando llegaron al departamento junto al mío, una pareja joven, al parecer culta, sin nada que pareciese de valor más que un piano de cola, negro azabache, magníficamente conservado.

Fue mas tarde, despues del ajetreo tan típico de las mudanzas, que pude escucharte tocar por primera vez. Las dulces notas surgían magníficas al tocar las tecas con tus bellas manos. Me enamoré de tu música, y a través de ella, de quien la ejecutaba con tanta maestría.

No fue si no hasta casi un mes despues que te ví por primera vez en detalle. Era tarde en la noche. Nos topamos de casualidad en el hall de entrada y tomamos juntos el ascensor. Llevabas tu rubio pelo tomado en una cola que descendía seductoramente por el escote de tu vestido. Un leve olor a alcohol te delató, habías estado bebiendo.

“Hola” fue la primera palabra que escuché de tus labios, y tu bello rostro, maquillado por el vino, me pareció más hermoso entonces que nunca después. “Hola” te respondí, y no supe que más decirte. El ascensor se detuvo en un piso que no era el nuestro, un hombre subió y la magia se acabó. Nos despedimos con la mirada y cada uno entró a su mundo. A su espacio. A tu música y belleza. A mi olor a tabaco y encierro.


…Tus llantos cesan lentamente. Recuperas la calma. Sales de tu departamento y tus fágiles manos golpean mi puerta. Tu rostro, amoratado e hinchado por los golpes tus ojos inyectados de sangre por el llanto. Me abrazas, rompes a llorar de nuevo mientras me preguntas por qué te tocó vivir esta vida. Por qué no te enamoraste de mí. Por qué sigues aguantando a ese bastardo.

Un café, una ducha tibia y ya estás mas calmada. Por enésima vez trato de convencerte de que denuncies a ese hijo de puta. Pero tus respuestas son siempre negativas. La caja de cigarros vacía descanza arrugada cobre la mesa y el último cilindro agoniza humeante entre mis labios, a punto de extinguirse.

Te levantas, me abrazas, me agradeces por escucharte y me dices que te vas. Yo tomo tu brazo al vuelo, te miro a los ojos, pienso en todo lo que puede haberte dado y te suplico que te cuides. Tú me sonries, con los ojos aún inyectados de sangre, y te acercas a besar mi frente. “A mi también me gustaría”, me dices. Cierras la puerta y te vas. Momentos despues, me encuentro llamando al ascensor para ir a comprar más cigarros. Un Réquiem suena en el fondo, como profetizando un posible desenlace fatal.

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