13 de marzo de 2008

vecinos. Cap 2

La micro se demora algo más de lo esperado en el trayecto del supermercado a la casa. Las 3 bolsas que llevo llevan apenas lo suficiente para poder sobrevivir unos cuantos dias. Me bajo del bus. Doblo la esquina y entonces la veo, una patrulla de carabineros y una ambulancia estacionadas frente al edificio. Subo las escaleras sin siquiera detenerme frente al ascensor y llego jadeando a nuestro piso. Ahí estabas tú, tu cabeza bañada en sangre, sentada en el piso mientras un paramédico checkeaba que todo estubiera bien. El bastardo de tu novio yace inerte en la entrada de tu departamento. La garganta brutalmente cercenada, su brazo derecho completamente destrozado y su mano aún sosteniendo un revólver. Un policía lo cubre ya con la lona celeste con la que tapan a los muertos. Me viste. Tu voz suena quebrada cuando pronuncias mi nombre. Las bolsas caen al suelo mientras corro a abrazarte…



Comenzamos a conversar cuando, como en tantas películas y novelas, mi falta de organización hogareña me obligó a acercarme a tu puerta y golpear para pedir algo con que endulzar mi café. Abriste la puerta. “Si?” Me dijiste cuando abriste la puerta. Con una irónica sonrisa respondí. “Disculpa lo cliché de la situación, pero, me podrías prestar un poco de azucar?”. Sonreíste. Me invitaste a pasar. Me pediste disculpas por el desorden. Entraste a la cocina y me dijiste “Tengo azucar justa para dos tazas de café. Te importa si la tomamos juntos?. Despues de todo hay que conocer a los vecinos”. Y así transcurrió nuestro primer desayuno, entre tazas de café y cigarros. La hora voló y tuve que partir.

Nunca pensé que un par de días despues, la situación de invertiría y serías tú ahora quien estaría en mi puerta usando una frase cliché como excusa para poder pasar un momento juntos. Comenzamos a acostumbrarnos a eso, a desayunar juntos. Nuestra relación fue creciendo. Éramos más que amigos, menos que amantes. Había entre nosotros una confianza y comprensión plenas. Muchas veces te aconsejé. Muchas veces me dijiste que él cambiaría. Otras veces, las mas, llegabas con los ojos inundados de lágrimas y pasábamos horas en la cama, tú llorando y yo consolándote.

…Estallas en lágrimas en el momento en que mis brazos rodean tu cuerpo, como sintiéndote ya en casa, segura. El fiscal ya llegó y, tras mirar la evidencia, te envía a realizar exámenes y constatar de lesiones para determinar si fue en defensa propia. El paramédico toma suavemente tu brazo y te indica que es hora de ir. Te levantas, te digo que nos veremos luego, que no te preocupes. Tú tratas de sonreír y te vas con ellos. Los carabineros terminan su labor en la escena y se llevan el cuerpo de quien atentó tantas veces contra ti.

Ya todo había acabado. Pronto podrías volver a tu departamento y a nuestros desayunos juntos, ahora sin llantos. Enciendo un cigarro para calmar mis nervios y me asomo a la ventana. La ambulancia parte mientras su sirena resuena estridente entre las calles de la ciudad. La noche había caido sin que me diera cuenta y ahora el cielo gris amenaza con romper en lluvia…

Sus gritos y los tuyos me despertaron temprano en la madrugada. Encendí la luz de mi habitación mientras le oía gritarte y amenazarte de muerte. Esos celos enfermizos, esa mirada de odio que lanzaba cada vez que me veía. Ese día no lo soporté mas y en cuanto se fue golpeé a tu puerta. Te pedí que nos fuéramos lejos. Que te olvidaras de él y partiéramos donde nadie nos conociera y comenzáramos una vida nueva. Por millonésima vez me juraste que él cambiaría. Que dejaría de tratarte mal y que ese mismo día volvería con un ramo de flores y las cosas por fin serían como siempre las habías soñado. Tu rostro ya se estaba hinchando y comenzaba a tomar el color oscuro típico de los golpes. Por millonésima vez también te pedí que te cuidaras y que me llamaras si me necesitabas. Me despedí de ti, cogí un cigarro y salí a tomar fotografías como suelo hacer.

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