19 de febrero de 2008

estación

Llego a la estación 10 minutos antes de lo acordado (quizás la única costumbre decente heredada de mi familia). No hay apuro. Enciendo un cigarro mientras me siento en las escaleras de salida del Metro. Con la tranquilidad que me da ver toda la estación. Así te veré en cuanto llegues.



Las fotografías en blanco y negro que cuelgan en la estación contrastan con el colorido abanico multirracial que cruza el espacio frente a mí. Alemanes, Norteamericanos, orientales, incluso uno que otro musulmán abarrotan la estación a estas horas de la tarde.

Varios son los que esperan, como yo, que una persona acuda a ellas y los saque de la apatía de la espera. A quien esperan? Que harán cuando se encuentren? Un café quizás, una película, un paseo por el parque? O simplemente una habitación barata en uno de los moteles del barrio.

A la hora en que se supone llegarías me levanto de mi improvisado puesto de vigilancia. Comienzo a caminar por la estación oyendo el TAC-TAC de mis zapatos sobre el piso de cerámica. En un acto casi inconsciente saco otro cigarro de la caja donde sus compañeros esperan y lo prendo. Siento mis pulmones llenarse de humo y la corriente de endorfinas liberándose en mi sistema. Una parte de mi nerviosismo desaparece. Dos niños pelean mientras su obesa madre desciende trabajosamente las escaleras, sudando como un cerdo. El tren llega a la estación con su sonido característico. “Ahí viene”, digo para mis adentros, aún con el dejo de esperanza típico del que sabe espera en vano.

Camino a través de la estacion, pasando frente a los torniquetes de pago y esas puertas de doble salida, vuelvo a pasar por las escaleras y en el último peldaño veo dos pies. “Es ella!”. El pensamiento recorre mi mente. Los pies dan paso a unas piernas largas y esbeltas y luego a una corta falda celeste. “No es ella. Ella no usa eso”. En efecto, no era ella.

Ya lleva 30 minutos de retraso. Mejor la llamo (como siempre desde un teléfono público). La grabadora contesta y se encarga de hacerme perder los 200 pesos invertidos. “Malditos celulares”.

Sigo esperando y escucho por los altoparlantes el inicio del horario rebajado. Con las pocas esperanzas que tenía casi desvanecidas veo a la gente pasar. Algunos de los que esperaban conmigo se han ido, ya sea por el aburrimiento o el encuentro con quien esperaban. Dos personas corren efusivamente hacia el centro de la estación, al encontrarse se unen en un apasionado beso. Una pareja..

Una mujer recorre la estación. Lleva jeans gastados y una chaqueta militar sobre un poleron tipo canguro blanco, también lleva esos audífonos gigantes. “JA”. Se parece a ella.

Otro tren llega a la estación. Miro hacia el andén y veo rostros distraídos. “Sardinas”. Es lo que cruza mi mente cuando veo una turba de gente salir de los vagones. Una hora de retraso. Es obvio que no va a llegar. Busco en mi bolsillo por más cigarros sólo para darme cuenta que no hay ninguno. Saco la caja y, despues de apretarla en mi puño, la tiro a la basura. Arreglo el cuello de mi abrigo y subo las escaleras. Al llegar a la superficie, el viento me golpea frio como solo él sabe hacerlo a estas alturas de Marzo. Miro por última vez la entrada a la estación antes de caminar hacia no se donde. “Quizá era en otra estación”.

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