20 de febrero de 2008

sushi & sex


El sol de la mañana se colaba por entre las cortinas amenazando con despertar a Javier. Pero ya era muy tarde para Beatriz, su esbelta figura se tendía cuan larga era sobre la cama, con la cabeza enterrada en la almohada tratando de recobrar el recién perdido sueño. Javier dormía placidamente, como siempre. El disco de la noche anterior seguía sonando en el reproductor como negándose a terminar con una noche para todos satisfactoria.



…tic…tac…tic…tac... Las manecillas del reloj sonaban ruidosamente durante las horas de insomnio. Alfredo sabía que Beatriz estaba con Javier, se lo había dicho antes de irse, como siempre que peleaban. Odiaba que su mujer (ex-mujer, tenía que acostumbrarse a eso) lo utilizara de esa manera, pero no podía evitarlo. Siempre había sido ella quien llevaba las riendas de la relación, y él siempre había dicho que sí a todo. Incluso cuando le dijo que había conocido a otro y que se iría de casa el fin de semana, Alfredo no había hecho más que agachar la cabeza y aceptar. Eso es lo que Beatriz odiaba tanto de él. Una y otra vez lo había humillado y él era incapaz de responder. Una y otra vez se había dicho a si mismo que las cosas cambiarían, que se atrevería a responder los insultos de Beatriz y a encarar a Javier por haber destruido su matrimonio, pero seguía en la cama, sin hacer el as mínimo esfuerzo por salir del estado decadente en el que se encontraba.



- Me voy a trabajar, deja cerrado cuando te vayas.
- Bueno amor, cuídate.

Para Beatriz, Javier había significado un cambio radical en su vida. Ya no era ella la dominante. Ya no había alguien que se dedicara a complacer cada uno de sus caprichos. Beatriz ya no tenía el control, y eso la excitaba.
Javier sabía como tratarla, sabía jugar con ella hasta que la excitación y el deseo eran casi irresistibles. Sabía como desencadenar en ella orgasmos que bordeaban peligrosamente el límite de la locura, no como Alberto, Alberto y sus problemas sexuales. Al principio creyó que podrían vivir con ello, pero su cuerpo pedía más que la monotonía a la que estaba condenada con su marido. Al sexo programado con agenda, a los ritmos controlados por reloj. No podía recordar la última vez (si es que alguna vez hubo una) que tubo una noche plenamente satisfactoria junto a su marido y, como dicen las canciones, no se puede vivir solo de amor.

Alberto se mantenía sumergido en su trabajo y comenzaba a llegar tarde. Necesitaban dinero si querían surgir y su jefe le había prometido un ascenso si lograba ciertas metas, decía.

Fue por entonces que Beatriz comenzó a frecuentar bares y restoranes. Quizá por despecho, por sentirse acompañada. Era solo cuestión de tiempo antes que Javier (cualquiera pudo haber servido lo mismo, asumió mas tarde) apareciera en su vida y la transformara.

No hay comentarios.: